Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1459
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 18 de julio de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 250, 7878-7881
Tema: Legalidad y conveniencia del régimen arancelario concertado con Francia

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Aunque lo que tengo que deciros demandaría un discurso de alguna extensión, estad tranquilos, porque como nos vamos a separar muy pronto, y es posible que por mucho tiempo, a no ser que en unas nuevas elecciones el país nos dispensará a todos los que estamos aquí presentes en confianza, lo cual me parece imposible, no quiero que os quede un mal recuerdo mío, y, por consiguiente, no os he de molestar con un discurso extenso que, aun cuando lo hace necesario la índole de las observaciones que yo tenía que exponer al Gobierno, de él prescindo, dejándolo para mejor ocasión, y voy a limitarme a lo puramente indispensable, a aquello que no puede menos de producir la mayor extrañeza en el país.

Porque, pase que los Sres. Ministros, el Presidente del Consejo inclusive, miren con indiferencia y atribuyan poca importancia a todo lo que ha pasado y a todo lo que está pasando desde el advenimiento al poder del partido conservador, con ser tan grave todo lo que ha pasado y todo lo que está pasando, sobre todo en esta segunda parte de su dominación pero lo que es verdaderamente irresistible, lo que es verdaderamente intolerable es, que todavía se presente un Ministro, como el Sr. Ministro de Estado en ese banco que es víctima del mayor de los fracasos que ha sufrido Ministro de Estado alguno en ninguna parte, a regalarse con sus propios aplausos y a felicitarse del éxito de su gestión; y como si esto no bastara, que haya todavía siete Sres. Diputados que nos propongan nada menos que el que tributemos un aplauso a la política general del Gobierno, sobre todo en lo que se refiere a la esfera comercial.

Señores Diputados, ¡qué sarcasmo! En manos de ese Gobierno, y en manos principalmente del señor Ministro de Estado, se han roto las relaciones mercantiles más importantes para nuestro país; en sus manos se ha perdido el primero de nuestros mercados de exportación; en sus manos se ha desbaratado una gran parte de la fortuna pública; y sin embargo, se nos pide un aplauso para esa conducta del Gobierno.

Yo ya sé que el Sr. Ministro del Estado, que en esto es tan fresco como todos sus demás compañeros, dice con mucha formalidad: "¡ah! si las relaciones comerciales con Francia se rompieron, si España, a consecuencia de eso, ha perdido tanto y ha sufrido tantos y tan grandes quebrantos, no es culpa mía, que yo he hecho lo que he podido, sino culpa del Gobierno francés." Pero vamos a cuentas: ¡culpa del Gobierno francés! A los que han firmado la proposición les voy a hacer una pregunta: si en lugar de ocurrir lo que ha ocurrido, si en vez de haber quedado rotas por algún tiempo, como lo han estado, las relaciones mercantiles con el país vecino, con la República francesa, hubiera el Ministro de Estado conseguido un tratado como el que hace poco espiró, o mejor todavía, ¿qué hubiesen hecho los señores que firman la proposición? ¡Ah! entonces las trompetas de la Fama no bastarían para proclamar la habilidad de nuestro Ministro de Estado; las habitaciones de su departamento ministerial habrían sido incapaces para contener los mensajes, las felicitaciones de todos los ámbitos de la Península, y todos dirían: "¡qué triunfo ha conseguido el Ministro de Estado!" Pues cuando ha sucedido lo contrario, cuando no ha habido tratado, cuando se han roto las negociaciones; si en el primer caso hubiera sido un triunfo y en el segundo ha sido una derrota tremenda, una derrota que ha costado muchos millones al país, ¿por qué queréis darle un aplauso y un voto de confianza, cuando lo que merece es un voto de censura?

¡Cuidado si es donosa la disculpa de un general que pierde la batalla y echa la culpa al general contrario! Claro está que las batallas se pierden y entra por mucho la desgracia; pero a los Gobiernos como a los generales se les exige la buena fortuna; claro está que las batallas se pierden a pesar de la habilidad, de la estrategia y del valor de un general, y por inhabilidad o por la falta de valor del otro general, eso es evidente; pero de todas maneras, el general que pierde la batalla no recibe aplausos, sino censuras, y deja el mando del ejército que acaudilla, mientras que si la gana, aunque haya sido por la impericia del general contrario, recibe la aureola del triunfo y de la victoria. (Muy bien.)

Señores Diputados, Francia pudo conseguir convenios comerciales con casi todas las Naciones de Europa y de América, menos con España; a su vez España pudo prorrogar sus tratados con todos los países de Europa y de América, menos con Francia. ¿Consiste esto por ventura en que Francia tenga hacia España menos cariño que hacia todas las demás Potencias del orbe, incluso las de la triple alianza? ¿Consiste en que sienta Francia hacia España menos simpatías que hacia Austria, Alemania e Italia? ¿Consiste en que Francia tenga en España menos intereses que en aquellos países? ¿Es acaso que de sus relaciones con España haya sacado menos provecho, menos interés y por esto haya tenido más inconvenientes para reanudarlos con nosotros que con los demás países del mundo? ¿Es, por el contrario, que España tiene para Francia menos simpatías que para [7878] las demás Naciones? No; Francia no ha podido querer ni quiere que las relaciones mercantiles con España se rompan; como España no ha podido querer ni quiere que se rompan con Francia.

Contra la voluntad de Francia y de España y contra sus deseos, y sus propósitos, y sus intereses, y sus sentimientos, las relaciones mercantiles fueron rotas, y dos Naciones, que quieren verse unidas por la política y el comercio, se han visto completamente aisladas; y dos pueblos creados para quererse, para amarse y para ayudarse mutuamente, se han visto en la necesidad de luchar, y han tenido que perjudicarse mutuamente, entrando en una guerra insensata de tarifas, gracias a la conducta del Sr. Ministro de Estado y del Gobierno, que vosotros queréis aprobar en este momento.

Nosotros hemos defendido el régimen de los tratados; nosotros hemos proclamado antes, y proclamamos hoy, las ventajas, los beneficios, las utilidades de una inteligencia comercial con Francia; inteligencia que, por espacio de diez anos, trajo la prosperidad y la riqueza al país, con las transacciones sobre las frutas verdes y secas, sobre los minerales, sobre los vinos, sobre los principales elementos de la riqueza nacional, al mismo tiempo que produjo energía y vida para la industria y para el comercio de nuestros vecinos; y, por lo mismo ; hubiéramos tenido et derecho de protestar contra las exigencias de Francia, si por acaso las hubiera tenido contra nosotros; y aún con más derecho hubiéramos protestado contra la malquerencia hacia España, si por ventura aquel país hubiera manifestado malquerencia en contra nuestra.

Pero, ¿qué podía hacer el partido conservador contra el ultra-proteccionismo francés? No podía hacer nada, porque el partido conservador, que desde la oposición combatió al partido liberal, porque éste quería concertar y concertó un tratado de comercio con Francia, augurando los mayores males y los más grandes desastres, luego que se vio en el poder, tuvo tal desgracia y se dio tal maña, que empezó por debilitar a la Nación española, cuando necesitaba ser más fuerte para tratar ventajosamente con Francia; de tal suerte, que llegamos hasta el caso de ser víctimas de los calificativos más sangrientos y de las comparaciones más repugnantes para nuestro crédito. Después de esto, en vísperas de la terminación de los tratados, presentó el Gobierno unos aranceles absurdos, sin duda con el exclusivo objeto de asustar a la Francia, cuya Nación, lejos de asustarse respondió con tales intransigencias que, según declaraciones vuestras, según declaraciones ministeriales, herían la dignidad y el decoro de la Patria.

El partido conservador cometió gravísimo error al forzar innecesariamente la nota proteccionista a fin de alcanzar el poder, para luego venir a suplicar con ansia humillante la prórroga de los tratados que él combatió por creerlos inspirados en los principios del libre-cambio; y todavía cometió error más grave, llegando tarde y mal a la negociación; y, por último, aún cometió otro error más, el de no prever los hechos y adoptar aquellas medidas que pudieran compensar en parte los quebrantos de nuestra producción nacional.

De esta vacilación y de esta incertidumbre, de esta falta de criterio del Gobierno español, se aprovechó el Gobierno francés, y queriendo aprovecharla demasiado, tuvo exigencias tales, que no solo perjudicó a nuestros intereses sino que perjudicó tanto o más que a los nuestros a los suyos.

Y no se diga, Sres. Diputados, que la culpa es del Gobierno francés; porque el Gobierno francés, por efecto de las circunstancias no ha podido acceder a los deseos del Gobierno español. No; en circunstancias análogas se vio el Gobierno liberal y sacó triunfantes los deseos de la Nación española. A fines de 1885 y principios de 1886, cuando en las Cámaras francesas se había declarado tan abiertamente como ahora la intransigencia proteccionista, cuando además había un horror exagerado al alcohol alemán, que creían ver los franceses en todas partes y por todos los lados; cuando por otra parte el presupuesto francés necesitaba un refuerzo, porque se habían hecho gastos exagerados, quizás imprudentes, pero al fin sagrados, porque fueron por la instrucción pública, gastos que se hicieron rápidamente, motivando el que su presupuesto se resintiera, entonces el ilustre Sadi Carnot, actual Presidente de la República, pero a la sazón Ministro de Hacienda, presentó un proyecto de ley de presupuestos en el cual figuraba como fuente principal de nuevos recursos, un impuesto sobre los alcoholes, no sólo sobre los alcoholes puros aislados, sino sobre los que pudieran ir contenidos en los vinos, considerados éstos como vehículo del alcohol.

Pues bien; esta disposición concluía realmente con la introducción de nuestros vinos; a esta disposición no podrá oponerse el Gobierno español porque todo Gobierno que con otro ha tratado, tiene el derecho de imponer en el interior los tributos que tenga por conveniente, aun sobre aquellos artículos procedentes del país con quien trató, comprendidos en los tratados con tal de que a los similares nacionales se les impongan también. No había, pues, medio de impedirlo, y sin embargo, de que las exigencias proteccionistas eran tantas como ahora, sin embargo de que el horror al alcohol alemán era mayor y más pronunciado que ahora, a pesar de las exigencias del presupuesto y de la necesidad de crear nuevos recursos, de que ahora no había ni hay necesidad, sin embargo, de que no había garantía ninguna en nuestro tratado de comercio para detener esa avalancha de perjuicios, gracias a las gestiones de nuestro embajador, a las del Gobierno español y a las buenas disposiciones que el Gobierno liberal encontró en el Gobierno francés, a pesar de tratarse de una disposición propia de la ley de presupuestos que fue objeto de la deliberación de las cámaras, aquel Gobierno separó de aquella disposición la parte relativa al alcohol contenido en los vinos tal y como España deseaba.

Al poco tiempo, el Gobierno alemán estableció una prima de exportación para los alcoholes. Ya saben los Sres. Diputados lo que significa esto; es realmente la manera de desvirtuar los tratados de comercio; yo no tengo nada que decir de las primas de exportación, puesto que, mejor que yo pudiera tratar este asunto, lo hicieron en la conferencia de Londres, con relación a los azúcares, los mismos alemanes. Pero sea como quiera, la prima otorgada por el Gobierno alemán puso al Gobierno francés en la necesidad, para compensar los beneficios otorgados por el Gobierno alemán a sus alcoholes, de recargar los derechos arancelarios de los alcoholes, no sólo sobre los alcoholes puros o aislados, sino sobre los que fue-[7879] ran en los vinos, considerados éstos come vehículo. Otra vez la misma gestión; otra vez la misma lucha con el Gobierno francés, y otra vez el mismo triunfo para la Nación española. Porque yo declaro aquí, que el Gobierno francés ha hecho en favor de los intereses de España todo lo que ha podido, siempre que no haya perjudicado a los intereses franceses.

¿Por qué ha sucedido ahora lo contrario? ¡Pues no será por la habilidad del Gobierno español, que vosotros queréis aplaudir en esa proposición! No; ha sucedido lo contrario, porque no podía menos de suceder; porque el Gobierno español con su incuria primero, y después con su abandono de más de año y medio, sin pensar siquiera que los tratados de comercio habían de concluir, no se preocupó de esa cuestión ni buscó la manera de pasar de un periodo a otro con la suavidad posible; no pensó en nada, se quedó tan tranquilo come si los tratados de comercio no hubieran de concluir.

¡Habilidad grande la del Sr. Ministro de Estado! Lo único que se le ocurrió al Gobierno español para vencer en esta lucha comercial, fue guardarse el arancel en el bolsillo hasta que las Cámaras francesas votaran el arancel nuevo, lo cual obligó al Gobierno francés a dirigir un reproche justísimo a nuestro Gobierno. Y el Gobierno español ha tenido que pasar por ese trance. Pero, ¿qué tiene de extraño? ¿Es así, tratando de sorprender y de engañar come se hacen, los tratados? Hoy ya no se puede sorprender ni engañar a nadie. Pero, ¿qué queréis? Todo lo que se le ocurrió al Sr. Ministro de Estado fue esto; debió decirse; esperaré a que Francia haga su arancel, y después yo publicaré unos aranceles mas altos. ¡Vaya una diplomacia la del Sr. Ministro de Estado!

Y no hablemos del criterio del Gobierno en la cuestión arancelaria; no hablemos de su pensamiento y de su constancia para tratar con el Gobierno francés y con todos los demás Gobiernos, porque no ha habido pensamiento fijo. ¿Cuál es el criterio arancelario del Gobierno? Ya lo han dicho aquí todos los que me han precedido en el uso de la palabra: el criterio del Gobierno ha sido no tener ninguno. Claro está: había de resultar lo que ha resultado. Porque, después de todo, ese es el inconveniente que trae el hacer cuestiones de partido de cuestiones tan importantes como la protección y el librecambio. Para remediar el mal, nos trae el modus vivendi, que no es más que una abdicación del Gobierno español, porque en él se concede lo que antes se negó. Y no lo dudéis, Sres. Diputados: cuando se falta a los compromisos contraídos, ya se carece de autoridad para sostener lo que realmente se quiere defender. No lo dudéis: si algún Gobierno falta a su palabra y tiene dificultades y flaquezas en las cuestiones de orden interior, siempre resulta el caso grave y tiene dificultades y flaquezas en las cuestiones de orden interior, siempre resulta el caso grave y tiene grandes consecuencias; pero cuando las debilidades y las flaquezas que comete un Gobierno se refieren a cuestiones internacionales, son mucho más graves y de mayor responsabilidad, porque cuestan algunos millones a la Nación.

Mas ¿cómo había de ser el Sr. Ministro de Estado más afortunado que sus compañeros? Por el contrario, a pesar de lo que digan los autores del voto de confianza, entiendo que, si hay algo más desastroso en todo cuanto ha hecho este Gobierno, ese algo está en la política comercial sostenida por el Sr. Ministro de Estado.

De todos modos, este Gobierno es verdaderamente desgraciado: no pone mano en nada que no le salga mal; no pasa día sin que algún acto suyo agrave la situación, hasta el punto de hacer imposibles soluciones antes fáciles. vino, según nos dijo, a administrar bien; pues, Sres. Diputados, está administrando peor que todos los demás Gobiernos han administrado, y asusta ver la baja constante y uniforme de nuestros ingresos; y tenéis hacinados y devengando interés en el Banco millones y millones, por haber hecho a destiempo e inoportunamente la conversión de las deudas de Cuba.

Veníais a mejorar la administración; veníais a resolver la cuestión económica, y al cabo de dos años se presenta aquí este Gobierno sin pensamiento y sin idea ninguna financiera; y, para salir del paso, presenta primero un proyecto de presupuesto con millón y medio de déficit, precisamente a poco de declarar el Presidente del Consejo de Ministros que había 84 millones de déficit. Alos dos meses, la Comisión de presupuestos, independiente del Gobierno, sin hacer caso de él ni respetar su autoridad, nos presenta otro presupuesto con 38 millones de superávit; pero un mes después ya le pareció al Gobierno mucho este superávit, y lo rebajó a seis millones. ¿Se puede dar nada más encantador que este desbarajuste de criterio?

Y vino el modus vivendi, que es una abdicación y con él resultaba que impusisteis al país tres legislaciones arancelarias distintas en el espacio de seis meses.

Veníais a restaurar el principio de autoridad, y no ha habido conflicto, de los muchos que vuestra política ha producido, en que el principio de autoridad no salga maltrecho.

Veníais a hacer el arreglo de las deudas, y lo único que ha sabido hacer este Gobierno, en dos años que lleva de poder, han sido empréstitos, y muy malos.

Pues bien; cuando se tienen fracasos semejantes, cuando se cometen errores que cuestan tantos millones al país, la más vulgar moral política exige que los Gobiernos declinen sus poderes, que se retiren de los negocios; y si no hacen eso se falsea el régimen representativo. (Rumores en la mayoría.)

No es impaciencia nuestra por llegar al poder; nosotros no sentimos impaciencia ninguna por el poder; la única impaciencia que sentimos es por la felicidad del país, el cual no es dichoso con vuestra continuación en el poder. Yo no creo que hay plazo marcado para que los partidos lleguen al poder; yo soy partidario de los Gobiernos largos, pero es cuando los Gobiernos son buenos, son afortunados y hacen la felicidad del país. (Rumores y risas en la mayoría.)

No; no es que haya impaciencia en las oposiciones por llegar al poder; los Gobiernos, repito, deben ser largos cuando se comprende que su permanencia en el poder es beneficiosa para el país.

Y por si esto no bastara para justificar mis palabras, resulta que el Gobierno, imprevisor, es sorprendido por la huelga de los telegrafistas, sorprendido hasta el punto de que su jefe, el director general, tuvo noticia de la huelga seis horas después de declarada, y hasta hubo un Ministro que supo la noticia como cualquier mortal, en la calle, porque un amigo tuvo la bondad de decírselo. El Gobierno, imprevisor en la cuestión de los telegrafistas, fue im-[7880] previsor también en la cuestión de las vendedoras, fue sorprendido por el motín, hasta tal extremo, que el motín triunfante pudo pasearse por espacio de seis horas por todas las calles y por todas las plazas de Madrid. (Rumores.) No sólo se paseó triunfante por todas las calles y por todas las plazas de Madrid, sino que fue mandando y disponiendo a su antojo, como si hubiera sido un poder constituido. Y el Gobierno que nada prevé y que por todo es sorprendido, es un verdadero peligro para las instituciones y para el país. Otros Gobiernos, en otras partes, por mucho menos que eso han dejado el poder. ¿Lo dejará éste? No lo sé, pero si no lo deja, ¡que Dios no nos deje a los demás de su mano! (Aplausos en las minorías.).



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